Hoy no quiero hablarles de falsos mitos o de medicina:
hoy, simplemente, quiero contarles algo acerca de mi amiga B.
Un servidor tuvo la fortuna de conocer a B. allá por el
año 94, cuando arrancaba el segundo año de Medicina. Sin embargo, fué a partir
del quinto curso cuando, a raiz de una guardia en la que coincidimos comenzamos
a tratarnos más a menudo. Y reconozco que me impresionó: no ya por esa cara de
muñeca tan encantadora que tenía, o por esos ojos que reflejaban tantas cosas
por cada décima de segundo; ni siquiera por esa perenne sonrisa que siempre
asomaba en su rostro cada vez que te la cruzabas. Podría decir que lo que me
llamaba la atención era su increíble capacidad para entender en diez minutos lo
que a un servidor le llevaba casi cincuenta (encima lo hacía con tal
naturalidad que nunca te sentías en inferioridad), pero tampoco sería
cierto…¿sus ansias de viajar de un lado para otro, tal vez, igual que una
paloma mensajera?, tampoco era eso. Mi amiga B. tenía un encanto especial, algo
que he podido encontrar en mi vida en dos o tres personas nada más: con B.
tienes la sensación de que todo es posible, que puedes hacer cualquier cosa por
loca que parezca si te la propones. Cuando no ves las cosas claras, charlar con
B. ilumina tus sombras y despeja tus miedos. Cuando B. sonríe, el mundo parece
volverse mejor y siempre saca lo mejor de ti mismo...vamos, que es una de esas
personas por las cuales sabes que esta raza nuestra merece la pena.
Pasaron los años, y mi amiga B. se fue a vivir a Cataluña
donde, en medio de un mar de recortes y desastres de la Sanidad, reparte
caramelos de alegría a los niños delicados de corazón, iluminando su mundo como
hizo antaño con tantos otros…el tiempo, la distancia, la rutina y los niños han
hecho que el contacto no sea tan fluido como antaño, aunque el cariño siga
siendo el mismo. Por eso, cada vez que pienso en ella, recuerdo aquella frase
que dijera el sabio un día: “en vez de querer hacer un océano de un desierto,
hagamos primero un oasis”, es decir, que en vez de pretender salvar el mundo,
cambiemos el nuestro y ayudemos a la persona de al lado a cambiar el suyo, con
una sonrisa, un gesto o simplemente una frase de consuelo…mi amiga B. lo hizo
conmigo hace muchos años. Por eso quería contarles hoy su historia (que también
es la mía), para recordarles que puede haber una B. cerca suyo si miran bien, o
mejor aún, ustedes pueden volverse como ella y ayudar a su prójimo. Pero sobre
todo, la cuento para así poder decir lo mucho que quiero a mi amiga B., ya que
nunca se lo dije hasta ahora..aunque con lo lista que es la chica, seguro que
ya lo sabía.
Dr. Ángel Fernández
Neurología Hospital de la Reina
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Te ha gustado lo que has leído? Deja un comentario.