Lo
admito, estoy preocupado…¿por qué?, dirán algunos. La respuesta es muy simple:
cada vez soy más consciente de que lo que llamamos ciencia o conocimiento es
una isla en medio de un mar de ignorancia, o una luz guía en un mar de
oscuridad. Por suerte, la avalancha de descubrimientos científicos que hemos
experimentado en los últimos decenios ha permitido paliar o subsanar dolencias
y enfermedades hasta hace poco incurables (sirva de ejemplo la Penicilina para
las infecciones bacterianas o el tratamiento de la tuberculosis). Enfermedades
que inicialmente eran mortales (como la infección por el VIH) ahora se han
vuelto procesos crónicos que otorgan más cantidad y calidad de vida a los
pacientes.
Sin
embargo, en este mundo nuestro que –cada día más- se mueve a velocidad de
vértigo hay cada vez más factores que influyen en la salud –y por tanto también
en la enfermedad- de la población. Si pensamos que en nuestro mundo moderno hay
cada vez más factores tóxicos (entendiendo no solo los vertidos de humos,
combustibles fósiles y plásticos sino también las ondas electromagnéticas de
todos nuestros aparatitos inteligentes), gente con mayor esperanza de vida y
una mayor movilidad de las poblaciones gracias a los medios de transporte cada vez
más eficaces, veloces y modernos, entenderemos que el panorama que se nos
presenta es completamente diferente al que teníamos décadas atrás.
Para
que me entiendan, hasta hace unos cien años la esperanza de vida rozaba los 67
años, con lo cual muchas de las patologías que ahora vemos en gran parte de
nuestra población mayor de 65 años era una rareza: los casos de Alzheimer eran
muy poco frecuentes, igual que los cuadros relacionados con el Parkinson o las
demencias en general, lo cual nos lleva a pensar si simplemente se trataba de
una mera cuestión de edad (si no envejeces no puedes desarrollar la enfermedad)
o si más bien había factores ambientales de por medio (si vives muchos años
puedes estar en contacto con tóxicos o sustancias que provocarían la enfermedad
o predispondrían a que la padecieras). Hasta hace nada, era excepcional que se
vieran en Europa casos de enfermedades tropicales o que un paciente en EEUU
desarrollara una Brucelosis (o fiebre de Malta, como prefieran), la cual podría
ser no diagnosticada correctamente ya que muchos de los facultativos americanos
jamás verían un caso en su vida profesional.
Con
todo esto, ¿Qué es lo que quiero decir?, simplemente que, como rezaba un viejo
aforismo que colgaba en una de las puertas de la Facultad “solo se diagnostica
aquello que se conoce”, y a día de hoy, nos faltan muchas cosas por saber: qué
demonios causa la Fibromialgia, si la Enfermedad de Parkinson puede dispararse
a partir de la ingestión de sustancias tóxicas por vía intestinal, si los niveles
elevados de determinados metales en el organismo (mercurio por ejemplo) tienen
consecuencias y de qué tipo, por qué demonios se acumulan en la Enfermedad de
Alzheimer esas proteínas que machacan nuestro cerebro o tenemos un cerebro
hiperexcitable que nos provoca la migraña…todo eso aún está por descubrir,
creándonos inseguridad.
¿Qué
podemos hacer entonces?. Primero, seguir los resultados y las evidencias de los
grupos de trabajo que se dedican a estos menesteres, para después fomentar un
trabajo en red a fin de obtener información que nos permita abordar todos estos
problemas desde un punto de vista práctico; finalmente, sacar tiempo para
explicar de modo razonado y de un modo comprensible al paciente lo que sucede,
lo que sabemos y lo que no, aunque en ocasiones admitir que no conocemos el
motivo pueda ser causa de cierto reparo, pero de eso hablaremos otro día…
Dr. Ángel Fernández
Neurólogo en Hospital de la Reina
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Te ha gustado lo que has leído? Deja un comentario.