Facebook, Twitter,
Tuenti, teléfonos móviles, correos electrónicos, sistemas GPS…es
indudable que la tecnología ha sufrido un progreso imparable, que ha
llevado las cuotas de comunicación a unos lugares impensables hasta
hace unos pocos años. Las cartas que se enviaban, por ejemplo, a
nuestro hermano país de México tardaban quince días en tener
contestación en nuestro buzón: ahora, a través de un simple
correo electrónico podemos saber en tiempo real lo que sucede al
otro lado del Océano con toda precisión.
¿Acaso es malo entonces,
Doctor?. Ni mucho menos: Internet y sus aplicaciones han permitido
que, muchas de aquellas personas cuyos seres queridos y contactos
emocionales se encuentran a larga distancia puedan mantener el
contacto sin arruinarse, pero…por el contrario, en una amplia
mayoría de casos, el uso indiscriminado –cuando no compulsivo- de
estas tecnologías ha provocado el efecto opuesto. A modo de ejemplo,
les invito a que se paseen un día de fin de semana por cualquiera de
los centros comerciales o de los sitios de juego infantiles y
juveniles que abundan en nuestras ciudades: si se fijan, verán que
muchos de los infantes o preadolescentes se dedican a jugar con los
móviles de sus padres, los suyos propios o las videoconsolas de
turno, ajenos al compañero que tienen al lado…es decir, muchas
personas juntas, pero totalmente asiladas del resto del mundo. Esto
llega a tales extremos que se crean realidades alternativas, obviando
la realidad y olvidando lo fundamental: la información que se manda
a través de todos estos sistemas es muy fría, desprovista del calor
humano que el lenguaje, bien hablado o bien mediante gestos y
actitudes de nuestro cuerpo, puede transmitir al otro…
Para muestra, un ejemplo:
cuando el que escribe se estaba formando como Neurólogo, tenía la
curiosa costumbre de fijarse en que, determinados días de la semana,
los pacientes sufrían bruscamente subidas de las cifras “de la
tensión” o habían dormido mal, sin causa aparente…a este
licenciado le llevó dos meses descubrir que esos días coincidían
con los días en que se hacía el pase de visita saliente de guardia,
con el cansancio acumulado consiguiente y dedicando más tiempo “a
lo científico” en vez de “ a lo personal”. Esos días en los
que, sin querer, no se hacía la carantoña en la muñeca mientras
tomábamos el pulso al enfermo, le preguntábamos qué tal sus dolencias
en vez de si estaba bueno el desayuno, o simplemente se nos olvidaba
soltar algún piropo a la anciana cuyos nietos no venían hasta la
tarde, eran el disparadero para que su estado de salud cambiara sin
causa aparente…
Como los ejemplos
anteriores, puede haber muchos en el día a día: puede que, sin
saberlo, soltando un piropo a la persona que está a nuestro lado, o
simplemente dedicando una sonrisa o un gesto amable, podamos alegrar
el día a una persona, aunque sea por unas horas. Por eso, es
importante recordar que, por mucho que dispongamos de medios,
tecnología, ordenadores, complejos programas informáticos y otras
cuestiones similares, al final un gesto, una caricia, una expresión
o unas simples palabras pueden hacer tanto bien como la mejor de las
terapias modernas…por eso, hay que enseñar a las personas a
comunicarse, a romper las barreras que la dinámica social del
momento impone y mentalizar a la sociedad de que, aquellos grupos que
no saben comunicarse adecuadamente, desaparecen sin remedio…
Dr. Ángel Fernández
Neurología Hospital de la Reina
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